Si tuviera que dar algún consejo a escritores, este sería: nunca os rodeéis de escritores, nunca os introduzcáis en mundo o grupo literario alguno, nunca frecuentéis lugares donde haya escritores ni acudáis a cursos o talleres literarios, ni tengáis amigos escritores; es decir, leed, pensad lo que leéis y mantener vuestra independencia artística lo más intacta posible porque, aunque parezca lo contrario, no hay nada más tedioso, improductivo y contraproducente para un escritor que rodearse de escritores o, en su defecto, personas que dicen serlo. No os dejéis arrastrar por las dinámicas culturales o sociales, y seguid vuestro camino sin mirar más que la literatura. Nada de recitales o espectáculos donde se brinda con vino o cerveza —eso dependerá de la clase social a la que se quiera aparentar—, nada de festivales o ferias, nada que no sea escribir y, sobre todo, libertad. Nadie os dará un consejo, nadie os leerá aunque le pidáis vuestra opinión, nadie comprará, que sean amigos escritores, vuestros libros, así pues, buscad fuera de los mal llamado ambientes literarios ya sean estos de base o elitistas u oficiales. Tan solo los vanidosos buscan el aplauso y la adulación, la palmadita hipócrita en la espalda y, entre lo aduladores, se esconden los más grandes asesinos y envenenadores.
Huir de esos lugares, de esas personas, de esas dinámicas y protocolos de falsedad y sonrisa forzada, de colegueo impostado donde todos se saludan entre ellos llamándose escritor, poeta o artistas; en definitiva, huir de la farándula y el espectáculo superficial —aunque algunos crean que son profundos, intelectuales y sabios— garantiza la supervivencia de la literatura y de los escritores que, con honradez y firmeza, escriben porque tienen intención de literatura y no anhelan ser estrellas, iconos o referencias de nadie. Como digo, huir de esos lugares de aire viciado, ha hecho que ame la literatura por encima de todo.
Hubo un tiempo que, por frecuentar demasiados engendros que se autoproclamaban escritores y no dejaban de hablar de sus obras y milagros, detesté profundamente la literatura, en general, y, en particular, la poesía. Malas influencias que desesperan a las almas nobles, y los desquician hasta que los llevan a su terreno, convirtiéndolos en medianías y mediocres humanos como lo son ellos. Por eso, corred, corred como si os apretará el alma el diablo; huid de toda persona que se autodenomina escritor o poeta o artista; huid de aquellos que tiene el alma hueca y que hablan todo el tiempo de sus creaciones o de las de otros y que, en el fondo, practican el deporte más extendido por estas latitudes: criticar con maldad, resentimiento y envidia.
Salir de personas y lugares que se llamaban cuna de la cultura o vanguardia de la poesía, que, tan fagocitados como están por el personaje creado no se dan cuenta de lo ridículos que resultan, ha hecho que vuelva a escribir con la ilusión del novato, pero con el conocimiento de quien lleva unas décadas escribiendo. Dejar atrás esos lastres humanos, lagrimas de cocodrilo, exaltados de salón o deprimidos de manual, ha transformado —quizá sea mejor decir recuperado— la visión que siempre tuve, y no debí abandonar, de la literatura y ahora, aunque en ocasiones me sienta un tanto solo o desorientado, esté convencido de que el camino que piso es firme y me lleva a algún lugar. Ahora me siento delante de la página y noto que la escritura es sincera, que no está secuestrada por secta alguna ni por vanidad u orgullo desmedido alguno, que la literatura puede ser algo más que parecer o contar traumas de estómago bien alimentado, que este es un oficio serio y respetable y no una postura más de consumidor aburrido y ávido de nuevas experiencias—los consumidores aburridos son quienes desvirtúan la causas nobles. La literatura no es un capricho ni una moda, no es un aire que te da o una época, la literatura o es tu vida o no es nada, o estás dispuesto a darlo todo y a sacrificarlo todo o no te metas en esta aventura porque lo único que se obtendrá es frustración o aplausos de cartón piedra.
Como en casi todos los ámbitos de la existencia, en la escritura uno debe buscar su propio camino, su propia voz e investigar en los escritores que nos han precedido o en aquellos contemporáneos que aún conservan la dignidad de la literatura. Ahora, en un día de agosto en el que parece que no sucede nada, sé que pasar por aquellos lugares y conocer a personas de ese tipo me ha servido para saber qué no quiero y recuperar el alma que casi dejo que me arrebaten. Por eso, aunque no creo en dar consejos porque nunca tuve alma de mesías, soy consciente de que lo único que puedo decir a un escritor es: escribe, solo eso, escribe.