CUIDAR EL ALMA

La fe es cosa importante, mas no una fe raquítica o narcisista sino un telos que ilumine nuestro caminar por la existencia. Tampoco algo a lo que agarrarse como un clavo ardiendo, no queremos quemarnos las manos con falsas esperanzas y caminar por arenas movedizas, sino una brisa de luz que ilumine la mirada de tanta oscura intención o de tiovivos sistémicos que a ningún lugar conducen. Cuidado del alma para sacar la cabeza del lodazal donde, los mezquinos y cobardes protectores de sus carceleros y verdugos, quieren que permanezcamos para que sus carencias no sean descubiertas o su paupérrimo estilo de vida sea puesto en cuestión. Todos en la misma podredumbre, ese es su lema, en lugar de aprovechar la senda de los infames que se atrevieron a abrir surcos donde se creía que nada crecía. Saltar vallas, por muchas espinas que tengan, porque el alma se alimenta de la fe, y esta no pesa sino que torna ligeros a quienes se sacuden las pulgas de la costumbre. 

Como dice Ramón María de Valle-Inclán: “sé como el ruiseñor, que no mira a la tierra desde la rama verde donde canta”, para que la existencia poética —no solo de los poetas— se cuele en cada uno de los poros de nuestra piel y ahogué la rutina, destructora del placer, y soltar la piedra que, como el titán, sostenemos en la repetición de los días. Esa es la fe que crece en los corazones amables, y que desentumece las extremidades doloridas por la costumbre. Son ejercicios del alma, visiones de cuerdos, aunque se les llame locos, no de iluminados que cruzan los dedos sobre libros de portadas brillantes y esclavitud de azúcar. De ese modo, nos convertiremos en peligrosos, en disidentes, en los mal mirados por las vacas crédulas, que cuantifican seres humanos o parcelan la existencia como si a esta se la pudiera contener en una cárcel de palabras. 

Creer no solo en uno mismo, sino en quienes creen en nosotros, y no sancionan nuestras acciones cuando estas están del lado de la bondad, la amabilidad, y huir de los mezquinos que vociferan sus miserias y caen en la manía persecutoria de ser víctimas de sí mismos, que quieren cercenar gargantas, voces, o corazones, almas ajenas. Nada hay de sancionable en quienes contemplan la vida y sacan el máximo de su esencia, sino aprender a desatarnos de las necesidades creadas por usureros sin lámpara que los ilumine. Mas no un creer ridículo o prefabricado, sino fuerte y que se pierde en la visión de un prado, que comprende el privilegio de estar vivos en esta parte del mundo. 

En cambio, quienes obvian la esclavitud de sus iguales, y prefieren la comodidad de los pulgares dictadores, para que pedaleen al son del silbato quienes transportan sus caprichos; esos nada tienen que aprender de la existencia, nada saben de los caminos del alma porque se la empequeñecen para salvar su miserable imperio de basura, y hacer del gris el color de sus decisiones. De esos, si queréis un alma, alegaos, dejadlos en el transcurso de los días: ellos nada tienen que enseñar más que la desesperación. 

La fe es cosa importante, si no se la confunde con un bien de consumo, y se arranca la razón utilitaria de las costuras de nuestra piel. La fe es más que un edificio de piedra o manos que, en el aire, trazan jaulas o voces que dicen lo contrario de lo que hacen. La fe es lo que nos ata a la vida, y, una vez respondida la única pregunta: ¿vale la pena la vida?, afirmativamente, escuchar lo que nuestra alma nos dice. De ese modo, sabremos quienes somos y caminaremos con la mirada limpia. 

Deja un comentario